lunes, 25 de julio de 2011

EL DIA DE AÑO NUEVO PARA LOS MAYAS

Los Mayas Toltecas del último período de la historia Maya, el que corresponde al momento en que llegaron los españoles, festejaban su año nuevo en estos días a finales de julio. En cambio los Mayas del período clásico festejaban su año nuevo en un día de verdadera significación cósmica, el 21 de Marzo, día del equinoccio de primavera, día de neutralidad. Ese día el intervalo de oscuridad y el intervalo de luz son exactamente iguales, los antiguos creían que en ese momento el bien y el mal están en equilibrio.


Ellos utilizaron el día del equinoccio de primavera en el Hemisferio Norte como un punto de referencia temporal para develar los ciclos que determina el Orden Supremo. El día en que el intervalo de oscuridad es igual al intervalo de luz, como un punto de referencia temporal.  Durante siglos, en ese mismo día, año tras año, observaron y registraron desde lo alto de sus pirámides los movimientos de los astros. Simultáneamente estudiaron la manera como sus energías afectaban las fuerzas elementales como el viento y la lluvia, generando transformaciones en toda la naturaleza, en la mente y en la vida cotidiana del hombre. Gracias a este punto de referencia temporal, lograron develar innumerables ciclos. Ciclos generados por los movimientos concatenados de las principales fuentes de energía en el cosmos. Ellos las veían como divinidades encarnadas en astros; como arquetipos; principios de orden o jerarquías universales, que ejercían su influencia ordenadora sobre las características de personalidad y sobre las vidas de los hombres. Todo esto, mientras reencarnaban en una Tierra que gira sobre su eje, que órbita al Sol y que precede hacia las constelaciones de estrellas. Ciclos energéticos e influencias de procedencia sagrada que inducen eventos repetitivos en múltiples escalas. Los Intervalos revelan que no sólo el Espacio se ajusta a una Proporción Geométrica Divina. También el Tiempo se ajusta a una Progresión Matemática Sagrada, conformando entre ambos –espacio y tiempo– un Orden Sagrado, que determina cuándo tienen lugar la sucesión de eventos que inciden en la consciencia del hombre.


No escogieron ese día por casualidad, la posición de la Tierra con relación al Sol y a las estrellas facilita la medición y el registro de la bóveda celeste. Gracias a ese punto de referencia pudieron medir y registrar el desplazamiento de las estrellas zodiacales, dando el giro que hoy llamamos el GRAN CICLO COSMICO. Ese es el tiempo que tarda una de las 12 constelaciones zodiacales seguida de las otras 11, en dar un giro de 360º frente al horizonte terrestre, de manera que sus estrellas regresen a ocupar el mismo sitio del que partieron. Giro que tiene un enorme intervalo de 26.000 años y que no solo los Mayas sino casi todas las culturas inteligentes lo han medido tradicionalmente el 21 de Marzo, día del Equinoccio de Primavera. Gracias a los registros realizados ese mismo día durante siglos construyeron sus Profecías, las que nos anunciaron que nosotros nos encontraríamos exactamente en la mitad de ese Gran Ciclo precisamente en el año 2012. Que viviríamos un momento perfecto para transformar nuestra sociedad, para cambiar el orden existente y generar otro más armónico. Un Nuevo Orden que fundamentaría una Era Dorada, de luz y alta consciencia que perduraría por 13.000 años.


Los mayas modelaron un espacio sagrado al cual ajustaron el diseño de sus ciudades. Lo orientaron hacia el Sol, lo relacionaron con el Cosmos y lo sincronizaron con el Equinoccio de Primavera.


Al estudiar la realidad a su alrededor, los mayas comprendieron que necesitaban relacionar íntimamente al hombre y a la comunidad con los ciclos naturales y con el cosmos. Para ellos, esta era la única manera de fluir con las fuerzas inteligentes que dan forma y trascendencia al Universo; de aprovechar conscientemente la coherencia de todo lo que existe para impulsar la evolución de su consciencia y permanecer en una serena felicidad.


Sus sabios crearon entonces un espacio conceptual y mental, un modelo sagrado al que ajustaron sus ciudades, en el cual ubicaron sus plazas y sus templos. Comenzaron por referenciarlo a un centro de observación; a un punto focal donde construyeron siempre la Pirámide Principal –el Templo Máximo– de cada una de sus ciudades estado. Comprendieron que para ajustarlo al orden inherente en la realidad debían orientarlo de manera muy precisa hacia el eje Este–Oeste por el cual se desplazaba el Sol; ubicaron las posiciones que ocupaba al amanecer y al atardecer en los días de los equinoccios, cuando su relación con la Tierra era tan perfecta que el intervalo de luz y oscuridad eran exactamente iguales. Así lograron que su comunidad mantuviera una relación deliberada y consciente con el Universo. Esto generó un orden social armónico y permitió que generaciones de sacerdotes del Sol pudieran dedicarse sin obstáculos a estructurar con sus investigaciones su extraordinario legado. Sus precisos calendarios, sus modelos sobre los sucesos que habrían de repetirse con el paso de los días. Toda la información que les facilitó entender lo que sucedía a su alrededor. La predicción de eventos que sucederían en nuestros tiempos por correspondencia con procesos y movimientos concatenados que habrían de suceder arriba, en el dominio de las fuerzas causales, del Sol, de la Luna, de los planetas, de las estrellas, de la galaxia y del Universo entero.


Comprendieron que el día del Equinoccio de Primavera unía el Espacio y el Tiempo, en un fenómeno visible y mensurable en todo el planeta. Lo que ocurría no era un evento local, como los pasos cenitales del Sol, los cuales –como hemos visto– varían dependiendo de la latitud de la región en donde son registrados. Por lo tanto, el Equinoccio podía usarse –desde todas sus ciudades– como un punto común de referencia espacio–temporal para sincronizar sus calendarios con la realidad. Un punto fijo en una realidad dinámica que usaron para medir los movimientos cíclicos de los planetas y de la bóveda celeste, para relacionarlos con las transformaciones y eventos que se sucedían en la naturaleza y afectaban profundamente la vida del hombre. Inteligentemente develaron muchas sincronicidades entre estas dos escalas de la realidad; correlaciones que reflejaban la unidad y la coherencia entre todo lo que existe y el propósito común a todos los seres. Encontraron que había correspondencias entre algunas posiciones planetarias –las cuales tenían una relación geométrica y matemática armónica– con eventos, estados de ser y experiencias humanas. Verificaron que, al repetirse estas posiciones resonantes, eventos muy similares volvían a suceder.


En consecuencia con todo este pensamiento –durante toda la época clásica– los mayas celebraron en el día del Equinoccio de Primavera la terminación del invierno, el final del año y la llegada de la primavera con la cual comenzaba el nuevo año. Al día siguiente, comenzaban la celebración de los Way’Eb, los días de transición entre el año que terminaba y el nuevo. Uno de los propósitos de esos días era verificar y ajustar perfectamente el tiempo divino –el cual determinaba los movimientos de los astros a la par con los comportamientos de la naturaleza– con los calendarios de los hombres. Para ello, cada cuatro años le agregaban un día adicional a esos festejos, de manera similar a nuestro año bisiesto. Así garantizaban que la información obtenida sobre las características individuales de cada día del año –al repetírse éste cíclicamente– sirviera para programar qué actividades debía realizar la comunidad; de esta manera estarían en consonancia con las energías del cosmos que ayudaban a impulsarlas.


Año tras año, usaron el día del Equinoccio como referencia para develar con exactitud las transformaciones diarias que inducen los astros en la naturaleza, en los estados esenciales de la energía sobre la Tierra, en lo frío y en lo caliente, en lo húmedo y en lo seco. La correspondencia con fenómenos naturales como las lluvias, los vientos y las estaciones climáticas, eventos que veían como encarnaciones de espíritus inteligentes o de presencias metafísicas que actuaban en consonancia con la mente del hombre. De alguna manera, los mayas fueron animistas, puesto que desarrollaron una sensibilidad especial, una manera para percibir y contactar a los espíritus de todo lo que existe; de los bosques, de los ríos, de los vientos y de las lluvias; para develar las sincronicidades que éstos inducían en la vida del hombre. Abrieron su mente a la existencia de una relación, entre el estado interior de los hombres y eventos externos inducidos por el Universo entero. Esta actitud les permitió estar deliberadamente alertas a coincidencias, que de otra manera habrían percibido como sucesos casuales. Concluyeron que éstos no existen, que todos los eventos, ya sean habituales o inesperados, suceden para potenciar y ordenar la evolución de la consciencia. Comprendieron que todo lo que sucede en el universo es perfecto. Que todo lo que ocurre tiene un significado trascendente y que todo lo que existe está íntima y coherentemente unido.


Su arquitectura cumplía simultáneamente varios propósitos, prácticos, científicos y religiosos. Las puertas y las ventanas de sus templos y edificios enmarcaban sectores del cielo, donde eventos celestiales de importancia tendrían lugar. Como ya hemos visto, los altares de sus pirámides eran instrumentos científicos de gran precisión. Levantaron murallas en el horizonte, no como defensas sino como puntos de referencia para registrar los movimientos del sol, de los planetas y de la bóveda estelar. Se sabe, por sus libros sagrados, que utilizaron espejos de obsidiana negra para observar el reflejo del disco solar. Es fácil deducir entonces, que así debieron detectar las manchas negras que aparecen esporádicamente en su superficie y notar su desplazamiento, lo cual habría sido un claro indicio de que el Sol rotaba sobre sí mismo. Seguramente –tras años de registros– pudieron determinar los ciclos de máxima intensidad en la radiación del Sol –cuando mayor incidencia tenía su energía en los espíritus individuales de sus días sagrados– y deducir que correspondían con la aparición de esas manchas oscuras. Sin embargo no podemos asegurar esto último, puesto que miles de códices con invaluable información –la cual hubiera impulsado exponencialmente a la cultura occidental– fueron reducidos a cenizas por la misma ignorancia fanática que destruyó la Biblioteca de Alejandría. Lo que sí se puede asegurar es que utilizaron grandes espejos de agua, sobre los cuales tendieron cuadrículas de cordel, para observar, registrar y estudiar en la imagen reflejada, los movimientos de los astros en el cielo nocturno.


Fue así como encontraron que los planetas giraban alrededor del Sol siglos antes de Copérnico. Verificaron cómo Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, se escondían tras éste, para reaparecer nuevamente al cabo de un tiempo. Tres códices con sus tablas orbitales lograron sobrevivir la locura de los conquistadores y son prueba de ese conocimiento astronómico.




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